jueves, 24 de abril de 2014

La Vorágine de José Eustasio Rivera



La industria del caucho

 La Fiebre del caucho constituyó una parte importante de la historia económica y social de Colombia. Su auge tuvo lugar entre 1879 y 1912 experimentando, tiempo después, un renacimiento entre los años de 1942 y 1945. El descubrimiento de la vulcanización y de la cámara neumática en la década de los años 1850 dio lugar a una fiebre extractiva del caucho. Debido a la importancia que tuvo este acontecimiento industrial deviene el interés por parte de algunos escritores de plasmar tal temática en sus obras. En este caso La Vorágine de Eustasio Rivera, cómo lo dice un fragmento de su libro “El ansia de riquezas convalece al cuerpo ya desfallecido, y el olor, del caucho produce la locura de los millones.” p. 168.

José Eustasio Rivera nace el 19 de febrero de 1888 en la ciudad de Neiva. Después de que su madre le enseña las primeras letras, sus padres piensan en sus estudios secundarios. Ingresa al colegio de Santa Librada. Lejos de la familia se empieza a formar su personalidad literaria, aunque su rebeldía y poco acomodo a las reglas del colegio ya son notorios. La familia se establece en San Mateo. Por la Guerra de los Mil Días la familia de Rivera se traslada a Neiva. José Eustasio vuelve a entrar en el colegio Santa Librada. Al poco tiempo es excluido por su indisciplina. Es matriculado interno en el colegio San Luis Gonzaga en un pueblo a 140 kilómetros de Neiva, llamado Mesa de Elías, pero es expulsado de nuevo y vuelve al campo. Luego comienza a trabajar como portero escribiente de la gobernación del Huila. En 1903 gana una beca para estudiar en la Escuela Normal de Bogotá. A los tres años que pasa allí se involucra en actividades políticas y empieza a publicar poesía. 



En Ibagué donde es inspector escolar vive en contacto directo con la naturaleza y toma apuntes sobre la vida campestre que le servirán para su obra literaria. Se hace amigo de Custodio Morales. Éste le cuenta misterios de la selva y de la Casa Arana, una compañía multinacional explotadora del caucho. En 1916, antes de graduarse, hace un viaje al interior del país. Ahí descubre el mundo de los «llaneros» de Casanare y de los caucheros amazónicos. Su vocación literaria nunca se separa de su sensibilidad social, y él intenta expresarla por medio de la política. Le es ofrecido un puesto en la Cámara de Representantes y lo acepta. Sin embargo, su normal funcionamiento se ve entorpecido a causa de la influencia de los religiosos. Entonces viaja por segunda vez a los llanos orientales. Se moviliza a Orocué y allí conoce lugares y personajes que posteriormente serán los de su novela. El 22 de abril de 1922, estando en Sogamoso, Rivera comienza a escribir La vorágine. Terminando la primera parte de la novela es llamado a servir como secretario jurídico de la Comisión Demarcadora de los límites con Venezuela. Otra oportunidad para conocer más a fondo este aspecto de la geografía, determinante en su obra literaria. Recorre el Orinoco y descubre el archivo personal del coronel Tomás Fúnez, personaje real, cuya historia se cuenta en un pasaje de la novela. Se nutre de realidades e injusticias sociales que al regresar, en 1923, manifiesta a la prensa y al Congreso. Pero nadie expresa ni el menor interés por este asunto. Sin embargo, continúa sus investigaciones sobre la Casa Arana y sus atrocidades. Los resultados no se hacen esperar más. Exactamente dos años después de iniciada, el 22 de abril de 1924, concluye La vorágine. El 25 de noviembre del mismo año, el libro circula en las librerías de Bogotá.

La trama se desarrolla en un pueblo llamado Casanare, desértico y alejado de la ciudad. Lugar a donde huyen los enamorados Alicia y Arturo. “«¡los prenderán! No te queda más refugio que Casanare. ¿Quién podría imaginar que un hombre como tú busque el desierto?»” p.9.

La industria del caucho incluía también la siringa, “Por entonces se trabajaba el caucho negro tanto como el siringa, llamado goma borracha por los brasileños.” p. 184. “El gobernador Roberto Pulido, competidor comercial de sus gobernados, no había establecido impuestos estúpidos; sin embargo, fraguábase la conjura para suprimirlo. Su mala estrella aconsejó dictar un decreto en el cual disponía que los derechos de exportar caucho se pagaran en San Fernando, con oro o con plata, y no con pagarés girados contra el comercio de Ciudad Bolívar.” p. 277.
Entre los empresarios que habían invertido en la industria del caucho se encontraban varios gobernantes, quienes a su vez se dedicaban también al tráfico humano “Dejando el Orinoco, pasarían por el Casiquiare, y quién sabe qué dueño tengan ahora, porque allá dicen que abundan los compradores de hombres y mujeres. El Palomo y el Matacano eran socios de Barrera en este comercio.” p. 144. Entre los mismos empresarios llegaban a traicionarse por dinero y hasta por obreros:
––¿Y qué  dicen los empresarios contra Muñeiro? ¿Lo perseguirán?
-Acaso Muñeiro...
-Se fugó con peones y caucho, hace cinco meses. ¡Noventa quintales y trece hombres!
-¡Cómo! ¡Cómo! ¿Pero es posible?” p. 185.

El sector poblacional más vulnerable ante la explotación correspondía a los indígenas “-Díganos usted qué gente era ésa.-Unos secuaces del coronel, que venían de San Fernando a robar caucho y cazar indios. Todos murieron. Y es costumbre colgarlos para escarmiento de los demás.” p.165. También en este pasaje se observa la presencia indígena en las arduas faenas, y sobre todo como víctimas del abuso  de los empresarios y capataces “El personal de trabajadores está compuesto, en su mayor parte, de indígenas y enganchados, quienes, según las leyes de la región, no pueden cambiar de dueño antes de dos años.” p. 173.

En medio de la codicia por las riquezas producidas acontecieron varios genocidios, uno de ellos se relata en este pasaje “Todos aquellos ríos presenciaron la muerte de 10 gomeros que mató Funes el 8 de mayo de 1913. Fue el siringa terrible -el ídolo negro- quien provocó la feroz matanza. Sólo se trataba de una trifulca entre empresarios de caucherías. Hasta el gobernador negociaba en caucho.” p.276. La ambición llegaba a extremos en los que los mismos lugareños se convertían en atorrantes sádicos torturando a sus subalternos junto con sus familias “los capataces inventan diversas formas de expoliación: les roban el caucho a los siringueros, arrebátanles hijas y esposas, los mandan a trabajar a caños pobrísimos, donde no pueden sacar la goma exigida, y esto da motivo a insultos y a latigazos, cuando no a balas de wínchester. Y con decir que fulano se picureó o que murió de fiebres, se arregla el asunto.” p. 173.

En otro fragmento de la obra se relata el atroz trato que tenía un capataz, supuestamente argentino, con los obreros “Lo que más me dolió de cuanto contaba, fueron las inauditas humillaciones a que dio en someterlo un capataz a quien llamaban El Argentino, por decirse oriundo de aquel país. Este hombre odioso, intrigante y adulador les impuso a los siringueros el tormento del hambre, estableciendo la práctica insostenible de pagar con mañoco la leche de caucho, a razón de puñado por litro. Había llegado a las barracas del Guaracú con unos prófugos del río Ventuario, y, queriendo vendérselos al Cayeno, convirtióse en explotador de sus propios amigos, forzándolos con el fuete a trabajos agobiadores, para demostrar la pujanza física de los cuitados y exigir por ellos óptimo precio. Gerenciaba también el zarzo de las mujeres, premiando con sus cuerpos aventajados la abyección de ciertos peones, y a fuerza de mala índole ganóse el ánimo del Cayeno, hasta posponer al Váquiro mismo, que lo odiaba y reñía.”  p. 272, 273.

A lo largo de la obra Rivera plasma a manera de denuncia los hechos de los que él mismo fue testigo, según lo indica en el prólogo de la misma, la cual dirige hacia el S.S. Ministro, cuya identidad permanece incógnita por designios del autor, quizás para protección del mismo. Las escenas descritas son explícitas y revelan las atrocidades cometidas contra los indígenas de Río Negro y de las regiones fronterizas con Manaos. La Vorágine es el producto de una conciencia sensible ante la injusticia humana y un llamado a los escritores a sincronizarse con la sociedad y sus necesidades.

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